Montserrat «Taller Recibiendo la vida»

Me doy cuenta de lo muy complicado que resulta contar mi vivencia con brevedad. Así, que escojo alguno de los enigmas aclarados, pero no todos.

Durante las cuatro sesiones de rebirthing recibí muchísima información y una gran comprensión de algunos sentimientos y sensaciones que me acompañan desde siempre, sin yo saber de donde provenían.

Por ejemplo: esa sensación de vergüenza, muchas veces incluso injustificada. ¡Qué vergüenza, qué vergüenza!, ha sido un leitmotiv en mi vida.

Tengo una hermana mayor, así que en casa esperaban un varón. Cuando mi madre  -muy decepcionada-  supo que era niña, le pidió a la enfermera que le “gastara una broma” a mi padre, anunciándole por teléfono que le había nacido un varón. Mi padre, felicísimo y muy orgulloso lo anunció a toda la familia y se presentaron en el hospital en tropel. Cuando se dijo que no, que había sido un error (mi madre ya no quiso reconocer que fuese una “broma”), todos parecían incrédulos. Un amigo de la familia decidió sacarme el pañal y verificar mi sexo, exponiéndolo a todos los presentes (y poniendo su dedo en mi vulva, dicho sea de paso).

Esta es una anécdota en mi familia que yo conocía, pero ese sentimiento de tremenda  vergüenza, se me hizo muy presente, muy real y muy vivido durante la sesión. Sentí que tenía todas esas miradas decepcionadas sobre mí, sobre mi persona, sobre mi sexo. Ya no me cabe la menor duda de que esa sensación viene de ese preciso momento.

Tuve muchas sensaciones aunque prácticamente ninguna imagen. Algo muy revelador, fue lo del dolor en la garganta. Ya os conté que cuando hago cualquier tipo de terapia o entro en terreno emocional siento una fuerte y dolorosa opresión en la garganta. Yo creía que venía de un aprendizaje precoz de “no hay que llorar” “llorar es de débiles”,  pero con rebirthing descubrí que ese aprendizaje era anterior. Desde el vientre materno, supe que llorar en esa familia podía ser muy peligroso: yo oía llorar a mi hermana y conocía las consecuencias.

El caso es que el dolor fue menguando durante las sesiones hasta llegar a ser inexistente en la última.

Supe también que mi misión de apoyo a mi hermana no acabaría nunca y que intentar esquivarla no hacía más que añadir sufrimiento y desasosiego en mi propia vida.

Llevaba casi un año sin hablar con mi hermana y ese fin de semana sentí la imperiosa necesidad de volver a verla. El lunes cogí el coche y me presenté en su casa…

Gracias  Ángeles por haberme ayudado a retomar el hilo de mi propia vida. Gracias por facilitarme el acceso a un poco más de luz en mi historia.

Un abrazo a ti y a todas.